Kocsma
Tengo tan solo un día de haberme mudado a un apartamento en el distrito VI. Esto pasó después de un par de años de haber llegado a Hungría. El edificio es un edificio antiguo, como la gran mayoría de los edificios en el centro de Budapest. El distrito VI es uno de los mas céntricos, pero suerte que era un área relativamente tranquila, sin discotecas, ni tampoco turistas en exceso. Lo «peor» que se podía encontrar por ahí cerca era un «kocsma» (cantina), pero hay diferencias muy grandes entre vivir cerca de un kocsma donde van solo húngaros de la tercera edad y vivir cerca de un bar lleno de húngaros, extranjeros residentes en Hungría y turistas. En un kocsma donde van solo húngaros mayores nunca vas a ver nada, solo viejos borrachos, pero tranquilos. Por supuesto, siempre hay excepciones y te puedes encontrar un viejo gruñón o tan borracho que se pasa de irrespetuoso y vocifera su opinión bastante ilustrativamente.
Silencio
Llego y me doy cuenta de que no solamente el área es tranquila, sino que también el edificio lo es y pienso «que bien, aquí voy a tener paz». En ese entonces, trabajaba muchísimo. Necesitaba pagar una mensualidad muy alta por una situación personal y tenía tres trabajos diferentes porque el sueldo de mi trabajo de día, no me alcanzaba. Obviamente, las pocas horas que estaba en casa, era dormir y era importante dormir en paz. En contraste con nuestra región latinoamericana, en los edificios en Hungría se escucha tanta bulla como en un cementerio a las 2 de la madrugada. En caso de que hayan jóvenes universitarios en el edificio donde vivas, pueda que escuches música alta y los fines de semanas mas, por las tan famosas «házibulik» (fiestas en casa). No obstante, generalmente los edificios son tranquilos. Una vez vinieron mis padres a visitarme y mi Madre no podía dormir por la falta de bulla, o sea, el silencio no la dejaba dormir.
Al fin te conocí
Segundo día en el apartamento y alguien toca la puerta. Segundo día. Sí leíste bien, segundo día. Abro la puerta y una señora mayor muy entusiasmadamente me dice «végre megismertelek» (al fin te conocí). Yo quedo totalmente pasmado. No sé ni que diablos contestarle. Imagínate. Ni siquiera le he dicho mi nombre, no sabe si hablo húngaro o no, ni siquiera he abierto la puerta totalmente y me dice que ya me conoció. Siempre he sido una persona abierta y sociable y le digo «mucho gusto, mi nombre es Renato».
Aquí en Hungría uno se presenta diciendo apellido primero y después nombre propio, pero yo muchas veces solo digo Renato. Es totalmente inútil decir mi apellido. Nadie lo puede pronunciar y en dos segundos se les olvida lo poco que memorizan de las tres sílabas que tiene. Algunos ni hacen el intento porque saben que no lograrán pronunciar ni la mitad bien.
Me contesta: «Ági néni vagyok» (soy la Señora Ági) y comienza a entrar al apartamento muy disimuladamente. Ni me di cuenta y ya estábamos en la sala conversando acerca de las cosas mas importantes de la vida: los vecinos. En menos de 10 minutos me cuenta su vida entera y me pregunta la mía. En ese entonces hablaba poco húngaro y le entendía quizás la mitad, pero a ella poco le importaba, lo importante era que la escuchara. Probablemente tenía semanas sin una víctima que se sentara a conversar con ella.
Estrategias
Con el pasar de un par de días, Ági néni se convirtió en mi mejor amiga (sin tener yo oportunidad alguna de decidirlo) y diariamente tocaba la puerta a diferentes horas del día. Pan, mantequilla, café, azúcar, sal, pimienta, lluvia, nieve, viento, tormenta, sol, Jozsi, Viki, Jancsi, Erzsi…. Me pedía algo, o le sobraba algo, o me contaba algo, o me advertía de algo, o me invitaba algo… Siempre tenía una excusa para tocar la puerta.
Por cierto, una vez me regaló «erős paprika» (pimentón picante) y al día siguiente lo usé para el «pörkölt» (guisado). El único detalle fue que mientras picaba el pimentón en cuadritos, sonó el teléfono y sin pensarlo dos veces contesté. En los 3 minutos de conversación, mis dedos hicieron contacto mínimo con mis ojos, lo cual fue mas que suficiente para irme a la ducha por 15 minutos a ponerme el chorro de agua fría directo a los ojos.
Renato no tenía la fuerza emocional para romperle el corazón a la viejita y siempre abría la puerta. Pensé una vez que se iba a aburrir y me dije a mi mismo «dejemos pasar 2 o 3 semanas». La situación no cambió. Necesitaba cambio de estrategia. Comencé a no abrir la puerta y a quedarme callado. Esto tampoco funcionaba; ella tocaba y tocaba hasta que me «despertase». Me preguntaba como diablos y centellas esta mujer sabe exactamente cuando estoy en casa si paso aquí tan poco tiempo. ¿Quizás escucha cuando entro al apartamento? ¿o de repente me escucha al trastear? Cambié de estrategia una vez mas y me convertí en un ninja. Abría la puerta sigilosamente y me movía en el apartamento lo mas sutilmente posible. ¿Qué crees? Tampoco funcionó.
Perro
Aparte de todo esto tenía otra situación. El vecino de «alao». Ági néni era la vecina de arriba. El vecino trabajaba de noche y tenía un perro. Lo bueno de este vecino era que era lo contrario a Ági néni, no hablaba. Nunca me dijo ni los buenos días, ni las buenas tardes, ni las buenas noches. Lo malo de este vecino era que su perro no era tan callado como su amo. El perro o perra estaba enloquecida y perdidamente enamorado o enamorada de su amo. ¿Qué significa esto? Que el perro ladraba incesablemente todas las noches mientras que el amo no estaba en casa. No estoy exagerando. Ese perro no paraba de ladrar en toda la noche, hasta las 8 de la mañana. Yo creo que ni tomaba agua, o quizás tenía una táctica para tomar agua mientras ladraba. Muy difícil descansar así. Fue una época horrible; no solo trabajaba muchísimo sino que cuando tenía que descansar, o Ági no me dejaba dormir, o el perro no me dejaba.
Carta
Después de tres laaaaaaarrggooss meses, me decidí a serle sincero a Ági néni porque necesitaba mas descanso. Le escribí una carta. Con mi húngaro feo y masticado, le escribí lo tan maravillosa persona que era y el tanto cariño que le había cogido en este tiempo. Le agradecí la innumerable cantidad de veces que le sobró azúcar o sal (o el pimentón) y rellené la carta de elogios y agradecimientos hasta mas no poder. En el último párrafo, al final de la página, ya cuando casi no me quedaba espacio para escribir, le pedí que mas nunca toque la puerta de mi apartamento porque tengo que descansar, firmé y metí la carta en un sobre. Me dolió bastante, pues estaba totalmente consciente de cuanto necesitaba alguien con quien conversar (y por eso le dije que en el pasillo podíamos conversar cuando sea que nos encontráramos), pero desde ese momento mas nunca tocó la puerta y podía descansar… Si el perro no ladraba.
¿Tienes alguna vecina así?
Que pases buen día,
Renato
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